Día único en nuestra Iglesia que recopila las actuaciones más relevantes de Dios en la humanidad a través de su Santo Espíritu y que celebraremos este 8 de junio en nuestra parroquia de la Santísima Trinidad.
En la creación del mundo, el Espíritu de Dios trabajaba para suscitar la vida.
En la historia del hombre, el Espíritu preparaba y enviaba a sus mensajeros, patriarcas, profetas, hombres justos, quienes indicaban el camino de la justicia, verdad y bien.
El mismo Espíritu descendió sobre la Virgen María y ocurrió… el Verbo se hizo Hombre.
El Espíritu, el mismo, se manifestó también sobre Cristo en el Jordán cuando iniciaba su vida pública, confirmando la presencia del tan esperado Mesías.
La sublime mañana de Pentecostés, este Santo Espíritu descendió sobre los creyentes. Ocurrió mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, cumpliendo así la promesa que hizo a sus discípulos en la Última Cena. Irrumpió, se posó sobre cada uno en forma de lenguas de fuego, dando inicio a nuestra amada Iglesia.
Recibir el Espíritu Santo es entrar en el espíritu de Jesús y entrar en su amor y el amor del Padre. Gracias a su Espíritu, cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón y enriquecido con una fuerza divina en el sacramento de la Confirmación, empezando a formar parte del mundo de Dios.
Recordemos a Benedicto XVI, quien explicaba cómo en Pentecostés ocurrió lo opuesto a lo sucedido en Babel. Gen 11,1-9 y decía en su homilía del 4 de junio de 2006:
“El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. “El Espíritu Santo es el Amor”.
Pentecostés confirma y posibilita la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones.
Pentecostés es la gran fiesta para quienes hacemos parte de nuestra amada Iglesia. Nos llama a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrarnos, de gritarnos. Es el llamado de nuestro amoroso Dios, quien nos exhorta a perdonar, amar y difundir el amor. Su amor.
¿Quién es el Espíritu Santo?
Es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Gran e inexplicable misterio del Amor del Padre y del Hijo; procede de ambos y, como ellos, recibe la misma adoración y gloria. Son uno.
Gran misterio indivisible.
En la última cena, seguramente los apóstoles recibirían una gracia del cielo para permanecer al lado de su Maestro, a pesar de no llegar a entender cuanto les develaba.
Ni tú ni yo; nadie aún entiende el misterio de la gran Divinidad que es Uno y Trino, que son lo mismo.
Su divina misión es la de santificar y conducir nuestra Iglesia al Padre a quien aún no vemos. A su Hijo presente en el Sagrado Misterio de la Eucaristía y a través del sacerdote en el sacramento de la confesión y en cada uno de los sacramentos.
Quien ilumina nuestra mente, quien nos da la fuerza a través de sus dones y frutos, es el Santificador. Sí. El Espíritu Santo de Dios.
“Os conviene que yo me vaya”.
Dios… nuestro creador.
Jesús… nuestro Salvador; Camino, Verdad y Vida, quien nos hizo spoiler o nos avanzó… “Nadie va al Padre si no es por mí. Pero os conviene que me vaya” …
¿Por qué haría énfasis Jesús en esa frase?
¿Por qué nos convendría que nuestro Amado Jesús, partiera?
Es Él quien nos guía, quien nos enseña, quien habla por nosotros, quien nos inspira. Quien nos hace su templo y morada, quien nos hace testigos y apóstoles, de Cristo. ¿Quién asesora a nuestra Iglesia, al sucesor de san Pedro, a nuestros sacerdotes, religiosos? El Espíritu Santo.
Santos dones del Espíritu
Es Él, el Santo Espíritu de Dios, quien nos brinda sus 7 dones, tan imprescindibles:
-Don de Ciencia, nos permite acceder al conocimiento.
-Don de Consejo, saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
-Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
-Don de inteligencia es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
-Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
-Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
-Don de Temor es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.
Además nos provee de sus santos frutos:
Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad
Conoce y enamórate de esta tercera Persona de la Divina Trinidad y a quien rendimos gloria en el Credo:
Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza que el Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen, y se
hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado.
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció
y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las
Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo.
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos.
y la vida del mundo futuro.
Amén.
Si bien es cierto que hay muchas oraciones para invocar al Espíritu Santo, incluso podemos hacerlo de manera espontánea, esta oración del Cardenal Jean Verdier, nos permite pedir, sencillamente, luz y ayuda al Espíritu Santo en las mil situaciones de la vida ordinaria, o en aquellos momentos más especiales que podamos atravesar en nuestro caminar hacia el encuentro eterno con el Padre de la misericordia.
En momentos importantes, pero también en la cotidianidad del día a día, digámosle:
“Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo:
Inspírame siempre.
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.
Espíritu Santo,
dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén”