En el SIGLO XII se inició la elevación de la Hostia durante el momento de la consagración, es decir, pasaron 1200 años, después de que Cristo instituyera la Eucaristía, para que ocurriera lo que ahora para los católicos es un gesto normal y que en ocasiones puede pasar desapercibido.
La religiosa Santa Juliana de Cornillon, en el año 1208, fue quien animó a celebrar esta fiesta en honor del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Durante la Edad Media floreció el pensamiento Eucarístico del S. XIII, pero no fue hasta el año 1246 que se celebró esta festividad en la Diócesis de Lieja en Bélgica, donde nació la religiosa.
Todo ocurrió, gracias al milagro Eucarístico de la Hostia Consagrada que comenzó a sangrar, como respuesta a las dudas de fe de un sacerdote de Praga respecto a la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía. Decidió hacer una peregrinación a Roma y allí, ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, clamó fervorosamente a Dios para que aumentara su fe. De regreso, se detuvo en una pequeña población italiana llamada Bolsena y celebró la Eucaristía en la Iglesia de Santa Cristina. Durante la consagración, sucedió el milagro. De la Hostia Consagrada, empezó a brotar sangre. El altar, manteles purificadores quedaron impregnados de la Sangre que vertía de la Hostia. Este acontecimiento llevó al Papa Urbano VI a instituir la festividad del Corpus Christi.
Santo Tomás de Aquino, presente en el evento, fue animado por el Pontífice a preparar los textos litúrgicos de dicha fiesta. Gracias a la genialidad del humilde santo y teólogo, a quien la iconografía le ha otorgado como símbolo de su fe Eucarística la custodia en el pecho, contamos con obras poéticas como «Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium» o el «Panis Angelicus»; esta última, verso del himno «Sacris Solemniis», escrito por el Santo para la fiesta del Corpus Christi. Dichas obras, entre muchas otras, que salieron de la pluma del Santo, inspiradas por el Espíritu de Dios, nos exhortan a reflexionar sobre el gran milagro de amor de quien subió al cielo en persona, no sin antes ocuparse de hacernos una promesa…
En el siglo XIV, diversos acontecimientos reforzaron la solemnidad del Corpus Christi, que tendría desde entonces dos actos fundamentales: La Eucaristía y la Procesión.
En el concilio de Vienne de 1311, el papa Clemente V, quien había trasladado la sede desde Roma a Vignon en Francia, estableció una serie de normas para la solemnidad, incluyendo el cortejo que acompañaría al Señor en la Procesión dentro de los templos e indicando hasta los más mínimos detalles de la celebración.
Juan XXII, años más tarde, incluyó la Octava del Corpus con exposición del Santísimo Sacramento y en 1447 Nicolás V fue el primero en establecer que la Hostia Santa saliera en Procesión por las calles desde Roma en manos del pontífice.
En los posteriores siglos, empezaron a crearse verdaderas obras de arte de la orfebrería religiosa para las custodias, el vaso Sagrado y demás implementos utilizados en la Eucaristía. Una muestra de amor del pueblo a su Dios, donde le ofrecían lo que creían más valioso y digno de portar el Santísimo Sacramento.
Oro, plata, piedras preciosas… ¿Cómo no dárselo a Dios? Sin embargo, la más valiosa y famosa es la que encargó el cardenal Cisneros al orfebre Enrique de Arfe entre 1517 y 1524. Siete años tardó el orfebre en terminar la gran obra que ha salido en Procesión cada año desde 1525 en Toledo. Todo ello para resaltar el gran valor del Misterio Eucarístico.
Misterio Santo, el Cuerpo de Cristo, el cual constituyó el único alimento del cual se nutrieron tantos santos durante los últimos años de sus vidas, como Santa Rita de Casia o el Padre Pio de Pietrelcina, y que representa nuestro alimento espiritual, nuestra fortaleza y esencia de nuestra fe.
Efectivamente, se quedó con nosotros.
En la Última Cena, “Habiendo amado a los suyos”, los curó, los rescató, los acompañó, se entregó tres años a ellos explicándoles todo cuanto tiene que ver con la fe, los catequizó, les permitió presenciar milagros y hacer milagros…” Habiendo amado a los suyos, los amo hasta el extremo” Juan 13.1 Les entregó su vida. Los salvó. Los amó hasta su última gota de sangre. Sangre de la Alianza.
Este sábado acudamos todos a la Eucaristía para celebrar la festividad del Corpus Christi en la Concatedral de Santa María a las 19h y posteriormente a la Procesión, para nutrirnos del Pan de la Vida y dar gracias a nuestro Dios por su promesa cumplida.
¡¡Se ha quedado con nosotros!!
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
A la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.